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El animal que me guía

Actualizado: 3 may

Ya no corro.

No porque el cuerpo duela,

sino porque el animal: ese sabio,

ha susurrado que ya no es tiempo de la huida.


Antes, yo lo arrastraba.

Lo forzaba a seguir el ritmo de una mente extraviada

en el afán de llegar.

Pero él, el animal, sabía.

Sabía del ritmo de las hojas,

del lenguaje secreto de los huesos,

de la dignidad del paso lento.


Un día dejó de seguirme.

Se sentó en medio del sendero

y esperó.

Esperó a que yo recordara

que caminar no es ir

sino estar.


Entonces comprendí:

el correr era olvido,

el caminar, regreso.


Regreso al tacto de la tierra,

a la escucha del cuerpo,

a la respiración compartida con los árboles.


Ahora camino.

Y en cada paso, el animal me guía.

Con su silencio,

con su pausa,

con su saber antiguo.


Caminar, me dijo,

es rendirse al instante sin perderse.

Es acariciar el mundo con la planta del pie

y dejar que el mundo acaricie de vuelta.


Y así, en este andar sin prisa,

el animal y yo somos uno.

Uno que, por fin, ha comprendido

que llegar no es ir lejos,

sino llegar al propio encuentro.

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