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No es la cura, es el sentido.

Actualizado: 3 may

No hay error.

No hay fallo.

No hay malfunción.


(Eso fue lo que nos dijeron:

que éramos cuerpos rotos,

máquinas mal hechas,

células traicioneras

que enloquecen sin motivo.)


Pero no.

El cuerpo no es un error.

El cuerpo es animal.

Y el animal no se equivoca.


El cuerpo responde.

No con palabras.

Con tejidos tejiéndose.

Con silencios escuchándose.

Con urgencias respondiéndose.


Porque vivir,

para el animal,

es apremiante.


Un día algo nos quiebra.

Una pérdida.

Una amenaza.

Una mirada que se retira

como si nunca hubiese estado.

Y entonces, el animal despierta.


No espera razones.

No necesita diagnósticos.

Actúa.

Como sabe.

Como puede.


Es la pleura que se ensancha

como piel de lobo

frente al peligro.


Es la vesícula que estira sus canales intentando tragar lo injusto como si fuera hueso atorado en la garganta.


Es el cuello uterino que ulcera,

como nido que se abre

en busca de un contacto amado.


Es la piel que se erosiona

porque la caricia se ha vuelto frialdad y ausencia.


Es la médula que suspende su aliento cuando el animal siente

que su vida ya no vale.


Es la dermis que se endurece

como caparazón de tortuga,

frente a un ataque imparable.


Es el músculo congelado

como ciervo sin salida, bajo la mirada del depredador.


Cada órgano resuena

con la música de la especie.

Cada tejido recuerda

lo aprendido en el ayer ancestral.


Nos dijeron que

el cuerpo calla.

Pero el cuerpo,

es el que canta.

Gime.

Tiembla.

Gruñe.

Suspira.


Nos enseñaron que

el síntoma es enemigo.

Que hay que cortarlo,

vencerlo,

callarlo.


(Como si la vida no supiera

cómo cuidarse.)

(Como si la evolución no estuviera

en cada célula.)


Pero yo he olido la memoria.

He bajado al sótano donde tiembla mi carne.

Y ahí,

mi especie aún respira.

El mamífero que soy

aún sabe.

Aún recuerda.


Y no hay caos.

No hay sinsentido.

Sólo respuestas.

Respuestas que

han cruzado milenios

para estar en mi.


Un saber más viejo

que el lenguaje.

Una escritura sin tinta,

hecha de carne,

de tiempo,

de espera.


La quinta ley

no desfigura.

Escucha.


Escucha al animal

cuando reacciona

con lo que tiene

en el momento

en que puede,

para no morir

en la escena que el alma

no supo comprender.


Y entonces dejo de preguntarme

por qué me enfermé,

y empiezo a preguntarme

para qué.


Para qué mi cuerpo

rugió así:

con fiebre,

con insomnio,

con tumor.


Y esa pregunta,

me devuelve al cuerpo.

Al animal que soy.


No es la cura

lo que busco.

Es el sentido.

Y el sentido,

cuando llega,

me devuelve el territorio.


Y es cuando yo

puedo, finalmente,

volver a casa.

1 Comment

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Guest
May 03
Rated 5 out of 5 stars.

Hermoso y profundo. ¡Gracias Eric!

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